Los padres del joven de 23 años Malcom Glass, denunciaron en una carta de lectores que una patota compuesta por jugadores del CASI agredieron salvajemente a su hijo a la salida de un boliche.
Malcolm Glass tenía este viernes un examen decisivo para así recibirse, antes de fin de año, como arquitecto de la UBA. Como todo estudiante frente a una prueba, desnuda sus miedos. Pero su madre, mitad en broma, mitad en serio, lo azuza: "Si con vos no pudo toda la Primera del CASI, menos va a poder una materia como Historia de la Arquitectura".
En la madrugada del 29 de junio pasado, a la salida de un boliche de San Isidro, Malcolm, de 23 años, fue agredido por buena parte del plantel superior del Club Atlético de San Isidro, que el viernes anterior había perdido contra Champagnat. Según denuncia su padre, Miguel Glass, en una carta de lectores publicada el miércoles en La Nación, a su hijo le fracturaron el macizo facial derecho, el piso de órbita y la pared lateral del seno maxilar derecho. Su cara debió ser reconstituida con la ayuda de tres placas de titanio y 35 tornillos. Tras la operación, el miércoles 2 de julio, Malcolm estuvo internado durante una semana en el sanatorio San Lucas, de San Isidro. Aunque todavía shokeado por la salvaje golpiza, intenta rehacer una vida normal, evitando la exposición mediática.
"Lesión grave" es la carátula de la causa que se investiga en el juzgado de San Isidro a raíz de la denuncia que hicieron los Glass. Según los testimonios de testigos, Malcolm salió en defensa de un amigo cuando fue atacado por buena parte de los jugadores del CASI. El joven, ex rugbier del Colegio San Andrés, se salvó de milagro gracias a que, cuando estaba tirado en el piso, intentando cubrirse de los golpes, uno de sus agresores lo reconoció y paró las trompadas y patadas del resto. Ningún patovica del boliche salió en defensa de los agredidos.
Además de la denuncia judicial y de la carta a los medios, la familia presentó un escrito ante las autoridades de la tradicional institución de rugby. Todavía no recibió respuesta. "Ningún club puede pasar por alto este tipo de hechos. Nadie está más cerca del jugador de rugby que su club; su obligación es educarlo, guiarlo y sancionarlo si corresponde", remarca Miguel, un ex rugbier con amigos y conocidos en el CASI, SIC y Newman.
El miércoles por la noche, se intentó comunicarse con la dirigencia del CASI para conocer su opinión sobre los hechos. Sin embargo, en el club se excusaron de responder, argumentando que desconocían la situación y que en ese momento no se hallaba ningún dirigente capaz de sentar la posición del club.
Malcolm Glass tenía este viernes un examen decisivo para así recibirse, antes de fin de año, como arquitecto de la UBA. Como todo estudiante frente a una prueba, desnuda sus miedos. Pero su madre, mitad en broma, mitad en serio, lo azuza: "Si con vos no pudo toda la Primera del CASI, menos va a poder una materia como Historia de la Arquitectura".
En la madrugada del 29 de junio pasado, a la salida de un boliche de San Isidro, Malcolm, de 23 años, fue agredido por buena parte del plantel superior del Club Atlético de San Isidro, que el viernes anterior había perdido contra Champagnat. Según denuncia su padre, Miguel Glass, en una carta de lectores publicada el miércoles en La Nación, a su hijo le fracturaron el macizo facial derecho, el piso de órbita y la pared lateral del seno maxilar derecho. Su cara debió ser reconstituida con la ayuda de tres placas de titanio y 35 tornillos. Tras la operación, el miércoles 2 de julio, Malcolm estuvo internado durante una semana en el sanatorio San Lucas, de San Isidro. Aunque todavía shokeado por la salvaje golpiza, intenta rehacer una vida normal, evitando la exposición mediática.
"Lesión grave" es la carátula de la causa que se investiga en el juzgado de San Isidro a raíz de la denuncia que hicieron los Glass. Según los testimonios de testigos, Malcolm salió en defensa de un amigo cuando fue atacado por buena parte de los jugadores del CASI. El joven, ex rugbier del Colegio San Andrés, se salvó de milagro gracias a que, cuando estaba tirado en el piso, intentando cubrirse de los golpes, uno de sus agresores lo reconoció y paró las trompadas y patadas del resto. Ningún patovica del boliche salió en defensa de los agredidos.
Además de la denuncia judicial y de la carta a los medios, la familia presentó un escrito ante las autoridades de la tradicional institución de rugby. Todavía no recibió respuesta. "Ningún club puede pasar por alto este tipo de hechos. Nadie está más cerca del jugador de rugby que su club; su obligación es educarlo, guiarlo y sancionarlo si corresponde", remarca Miguel, un ex rugbier con amigos y conocidos en el CASI, SIC y Newman.
El miércoles por la noche, se intentó comunicarse con la dirigencia del CASI para conocer su opinión sobre los hechos. Sin embargo, en el club se excusaron de responder, argumentando que desconocían la situación y que en ese momento no se hallaba ningún dirigente capaz de sentar la posición del club.
Fuente: Clarín
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